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Mes: febrero 2019

Los Hijos del Sol

Todo se rodea de luz. Y es así como veo vuestro existir. Miro cada rincón del espacio donde hoy decidí estar y todo se halla bajo un incesante brillo. Nada se detiene en el constante devenir del día. Miro hacia el Sol focalizando en mi mente, que no disimula en detenerse. Inquieta, me golpea, me empuja hacia el rincón donde sabe que guardo silenciosos interrogantes. Donde los recluyo para el momento donde sé que estaré sola con mi leve inspiración.

Vuelo a mirar hacia el Sol, cierro los ojos. Los tonos rojos varían de intensidad, bailoteo de puntitos, líneas encendidas, explosión de geometría sin dirección, lo sutil donde la relajación se confunde con la comodidad que me ofrece la tumbona donde hoy descansa mi cuerpo, en medio del espacioso jardín.

El tiempo se aleja de la sincronicidad del reloj y el espacio no cree en la distancia, así estoy saltando el horizonte, líneas lejanas,  haciéndome creer a mí misma que ustedes, conciencias, hijos del Sol, me escuchan. Y aunque creo pertenecer a la disciplina interna de ir avanzando con cautela, de tomar con delicado transitar aquello que se manifiesta como eterno, me invade una cercanía que resulta explosiva.

Sucede con total normalidad. Existimos ofreciendo, aportando nuestra esencia sin más. Nuestra naturaleza es inagotable. La luz surge de nuestra evolución, de nuestro avance hacia el Origen. El camino es nuestra existencia.

Siento salir del concepto de diálogo

Mientras se desdibuja la atención de mi mente. Los Hijos del Sol me estaban hablando ajenos a una añeja plataforma que sólo es distracción. Circuitos inconexos donde la palabra usa sonidos rotos, disfónicos.

Ellos habían captado esas zonas de mí, donde el anhelo había dejado de imponerse para aceptar con naturalidad que en el Universo todo es. Y que somos manifestaciones aportando la elevación. Expandida sin los límites del pensamiento me abandoné en aquella única dirección que se formó entre ellos y yo.

Ofrecemos luz hacia todo el sistema llamado solar, a lo que llamamos nuestra familia. Sustentamos la vida y por ello nuestra oferta es infinita, inagotable.

Ser es mucho más allá del ejercicio natural de ofrecer lo que somos. La luz que irradiamos a todos los planetas es toda nuestra sabiduría nacida y comprendida en nuestro centro, en nuestro núcleo. Y cada ciclo de expansión hacia el sistema solar se inicia como un camino ascendente que tiene su punto álgido para luego descender. Así nos expresamos hacia la vida que sustentamos. Buscamos la excelencia en nuestro existir. Observamos y ofrecemos bocanadas de partículas iniciadoras, ondas libres hacia cada rincón del Sistema Solar y mucho más allá, hacia experiencias infinitas.

Mientras me disipaba en la sutileza de la conexión, me reafirmaba en mi peculiar sentir con sabia insistencia en disfrutar sólo de los primeros rayos de sol de cada mañana y del ligero calor de los rayos del atardecer. Siempre alenté en mí la innegable conexión con el inquietante mundo de la naturaleza, sus leyes, su incomparable sabiduría donde el humano solo debe obedecer sin más. Y ahora esa forma innata que tanto me caracterizaba era sustentada por aquellas voces solares.

Sé que nada externo es capaz de subrayar lo que uno como sabia inteligente tiene en su esencia pero sentí la dulzura de sus palabras desdibujando aquella frontera que mi mente engañosa había delimitado. Los pensamientos crean ese espacio entre las formas llamadas imágenes y nosotros traspasamos con dulzura eso que el mismo pensamiento no se atreve a cruzar. Quise quedarme en el amor en una pertenencia infinita, mucho más allá, quise quedarme en una onda nacida de un centro solar.

Elder

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