¿Somos capaces de ser nada? ¿Somos capaces de no emitir palabra? Hay tiempos que, en el mismo acto del transcurrir, la costumbre marca un determinado accionar. Y entonces vivimos instantes de múltiples vocablos, ideas, pensamientos, emociones. Nos contagiamos y sumamos tiempo en constante sucesión, volviendo a reiterar circuitos sin fin. Distraídamente, nos sumergimos en los laberintos de otros. Tomamos ideas que enarbolamos en su máxima potencia y más aún si nos descongestionan cualquier inquietud, y ni qué decir tiene si estas palabras amigas nos expulsan de algún estado de desesperación. Pero ¿seríamos capaces de escapar de la prematura memoria de calidez, de desdibujar el circuito que fue creado desde el seno cuando ante cualquier peligro, los brazos maternos fueron los más fuertes refugios? ¿Seríamos capaces de ser Nada? ¿De detenernos, observar y asumir?
La ignorancia de Uno, de nosotros mismos, nos hace vulnerables, nos arroja a compartimentos oscuros, lejos de la esencia. ¿Podemos ser capaces de lanzarnos en un acto sin piedad y afrontar la verdad universal donde nos espera la sabiduría como salvamento? Quizá en ese melancólico vuelo resurja el tímido sentir de que no necesitamos a nadie para gritar, soltar y volver a diseñarnos. A veces jugamos a decir, a descifrar actos que nada tienen que ver con nuestro presente pero la voz amiga nos reclama, nos pide atención sobre ellos. ¿Y entonces podríamos no emitir palabra? Ay, pero cuánto remordimiento recaería sobre nosotros, sobre nuestras espaldas porque no nos permitimos experimentar la lejanía del saber escuchar y aún más del poder ayudar.
¿Y si nos detenemos y le hablamos a ese impulso automatizado? ¿Y si observamos con voluntad esa atención innecesaria? Quizás el amor, quizás la calma, le darían al Otro el necesario tiempo para reforzar su único y sabio viaje. Es tiempo de observar con diplomacia las dos caras de la moneda donde muchas veces fuimos los que reclamamos y otras veces los que aconsejamos. En el proceso alentador de la existencia todo es, árbol y fruto, raíz y Tierra. Infinitos hilos sabios se recogen en cada interior esperando a que nuestra valentía sea el único impulso, el sublime soplo que nos traerá desde la esencia, el oxígeno de las palabras amigas. Acostumbrar a dejarnos permear de nuestra sabiduría, de que la elección como conciencias singulares y viajeras nos vuelve libres, en un tiempo y en un espacio, explorando el movimiento del Universo y el nuestro. Desdibujar y crear, materializar una realidad sin repeticiones, sin patrones donde el silencio nos encuentre dialogando.
Elder Lavergne
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